viernes, 29 de noviembre de 2013

-Capítulo 4_ Comienza la pesadilla

-Capítulo 4_ Comienza la pesadilla

Lentamente, abro los ojos y me adapto rápidamente a la poca luz de tarde que se filtra a través de una ventana con la persiana medio bajada.
-¡Eh!- exclamo en la silenciosa penumbra.
-¡¡Eeh!! ¿Hay alguien que pueda oírme? -grito de nuevo.
De pronto, con un crujido, la puerta se entreabre.
Asustado pero decidido, avanzo a zancadas hasta llegar a la puerta.
-¿Hay alguien ahí? -pregunto asomando la cara al pasillo.
-'Hay alguien... hay alguien... Jake... Jake...' -oigo repetir una voz melodiosa en el  pasillo.
Se me hiela la sangre.
Aquel no era el pasillo del instituto.
Estaba totalmente oscuro, menos la columna de luz que se colaba por el hueco de la puerta en el que estaba yo asomado.
Las paredes eran de un suave color arena, con una bonita moldura trapezoidal de rodapié y el suelo tapizado con una moqueta color rojo sangre seca que parecía de longitud infinita.
Estaba tan oscuro que no alcanzaba a ver ni el principio ni el fin del estrecho corredor.
Confundido por la situación, no me percato de que me estaba saliendo del umbral de la puerta y, sin previo aviso, se cerró de un sonoro golpe tras de mí.

Ahogué un grito de terror cuando la puerta se encajó en el marco y la poca luz que había y me permitía ver algo se extinguió.
Un sudor frío me recorrió todo el cuerpo.
En algún lugar del edificio, puede que una planta más arriba, se escucha una risa maníaca.
Me contengo esporádicamente, sobrecogido por el alarido.
En otro lugar algo alejado de este punto se oye un sonido parecido al de una cucharilla de metal al caer dentro de un tarro de cristal vacío y un grito de ira que reclama sangre.
Siento que me cuesta respirar.
Cierro los ojos, me apoyo de espaldas contra la pared del pasillo y me digo a mi mismo una y otra vez que sólo está siendo un mal sueño.
Se escucha el bufido de la cabeza de una cerilla al rozar contra el papel de lija y el ronroneo de una llama al crecer en el pequeño palito de madera.
El corazón me late con fuerza como diez caballos salvajes en pleno galope.
En el pasillo contiguo oigo como si empotraran a alguien contra la pared y a continuación un gemido ahogado y algo parecido a un jadeo ronco. 'No... No... Déjame ir... No, ah, sí, ah, sí quiero...' -oigo decir a través de la pared.
Aprieto párpados y dientes hasta que noto pinchazos en los ojos y un gemido de angustia y desesperación se me escapa de la garganta.
-Vamos a jugar... Vamos a jugar... -dice una voz impersonal avanzando por la oscuridad del corredor.
No puedo soportarlo más.
Mi instinto se dispara como un tapón de corcho y salgo corriendo en dirección contraria de donde proviene la voz.
No veo nada, pero eso no parece importarle al animal que llevo dentro. Giro a la derecha medio estampándome contra la pared y corro cuatro metros más hasta que dejo de escuchar psicofonías.
Creía que en cuanto echase a correr, me encontraría pataleando como un loco en mi cama, pero desgraciadamente, no ha sucedido así.
Me acuchillo tembloroso contra la pared, haciéndome un ovillo, tiritando como si padeciera hipotermia.
Poco a poco, dejo de temblar y voy sumergiéndome en un sueño inestable, con la vaga esperanza de despertar en mi cálido cuarto, en mi acogedora cama, medio enredado en las sábanas. Pero una maliciosa vocecita interna me dice que no será así. Porque uno no puede despertar de la pesadilla dos veces seguidas...

Poco a poco, vuelvo a abrir los ojos, aún con la vana esperanza de encontrarme en mi cama.
Bien como a fin de cuentas suponía, no fue así.
La oscuridad total todavía me envuelve, sin rastro alguno de un haz de luz, por pequeño que pudiera ser.
La claustrofobia vuelve a invadirme el sistema nervioso, acelerándome automáticamente el pulso cardíaco y la respiración.
No sé qué hacer ni adónde ir, lo único que sé es que no puedo tirarme eternamente allí.
La tripa me ruge, y caigo en la cuenta de que si estoy atrapado en el edificio tendré que buscar algún lugar en el que haya una fuente de agua y algo de comida.
No soy ningún experto en supervivencia, pero eso lo deduce hasta un crío de siete años.

Con un suspiro, me incorporo sobre mí mismo y me pongo en pie, todavía algo mareado.
Pero de repente me doy cuenta de que dos puntitos amarillo brillante me observan fijamente en la oscuridad.
Están muy cerca de mí, a un metro y medio, y brillan como ascuas en un cuarto oscuro.
Doy un grito de pánico y un terror irracional me agita las venas de pura fobia.
Salgo corriendo por el pasillo medio cayéndome por los suelos de los nervios. Cuando me he alejado lo suficiente girando varias esquinas con las que me encontré en mi desesperada huida (y contra las que me estampé), comienzo a tantear nerviosamente las paredes del corredor en busca de alguna puerta.
Siento el marco de una, logro llegar al picaporte y por suerte éste cede sin problema.
Entro como una exhalación, cierro a toda velocidad y me quedo con la espalda apoyada contra la puerta dejando mi peso caer para que nadie pueda abrirla.
El corazón me late con violencia, hasta que se calma un poco, pero no por mucho tiempo.
El chirrido de una puerta vieja al abrirse en algún punto del cuarto en el que me encuentro altera de nuevo la poca tranquilidad que había acumulado al sentirme un poco a salvo.
En la oscuridad oigo un gateo y el diabólico par de puntos amarillos reaparece descendiendo en las tinieblas de la habitación.

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